Cuatro días después de aquel fatídico 13 de mayo de 1981, cuando Juan Pablo II sufrió el atentado que casi le cuesta la vida, quiso grabar un mensaje y rezar el ángelus del domingo. No era prudente hacer ese esfuerzo físico, estaba extremadamente débil. Todavía su vida se encontraba en riesgo, pero el Papa insistió. […]
Por Julio Talledo. 28 abril, 2014.Cuatro días después de aquel fatídico 13 de mayo de 1981, cuando Juan Pablo II sufrió el atentado que casi le cuesta la vida, quiso grabar un mensaje y rezar el ángelus del domingo. No era prudente hacer ese esfuerzo físico, estaba extremadamente débil. Todavía su vida se encontraba en riesgo, pero el Papa insistió. El domingo 17 de mayo, los parlantes de la Plaza de San Pedro transmitieron sus palabras de agradecimiento por las oraciones y también el perdón a Mehemed Ali Agca, “el hermano que me ha herido y al que sinceramente he perdonado.” Cuentan que uno de los amigos del Papa comentaría después: yo hubiera preferido que este hermano hubiera entrado a la familia por otro camino.
Una vez recuperado, el Papa quiso visitar a su agresor en la cárcel. Aquellas fotos de Juan Pablo II en la celda con Ali Agca dieron la vuelta al mundo. Una lección del verdadero perdón cristiano. Más elocuente que el mejor sermón que podamos oír sobre la reconciliación. Viendo esto, ¿cómo podemos negarnos los cristianos a perdonar? De ese encuentro, solo nos hemos enterado de lo que el Papa mismo ha dicho: “Le he hablado como se habla a un hermano que goza de mi confianza, y al que he perdonado. Este encuentro para mí ha sido un estado de gracia.” Juan Pablo II repitió su perdón a la madre del agresor, Muzeyyen Agca, las tres veces que esta mujer de Anatolia estuvo en el Vaticano implorando la ayuda del Papa para que su hijo salga en libertad.
Ahora que la Iglesia canoniza a Juan Pablo II es un buen momento para que recordemos la figura de este gran pontífice, ejemplo de hombre que sabe perdonar. Justamente porque vivió entre nosotros profundamente unido a Dios podía estar tan cerca de los hombres. Son abundantes los testimonios de su gran vida interior. Era un gran contemplativo y al mismo tiempo un hombre práctico. Tanto en el Vaticano como en los numerosos viajes que realizó alrededor del mundo, cuando no se sabía dónde estaba, lo más probable era que estuviera acompañando al Señor en la capilla. Así podemos entender su carisma, su alegría, su capacidad de sacar lo mejor de nosotros mismos. Sin exageración alguna, podemos decir que era, y lo sigue siendo en la Gloria, un experto en humanidad.
De su unión con Dios obtenía Juan Pablo II la fuerza para darnos este testimonio tan necesario en nuestro mundo plagado de conflictos y divisiones. Se le ha calificado como un maestro de los gestos, de la escena. Y así fue. En la visita que realizara a Ali Agca en la cárcel de Roma y en sus palabras de perdón, encontramos mucho más que un gesto. Es toda una enseñanza práctica de lo que hace la Caridad en el alma de quien es dócil a sus llamadas. Aprendamos de este testimonio heroico de caridad y empecemos por acudir a su intercesión para que todos nosotros nos sepamos reconocer como instrumentos eficaces de unidad y reconciliación.
Su intensa devoción mariana le llevó a reconocer el auxilio de la Virgen de Fátima en aquel terrible 13 de mayo. Un año después del atentado encontraremos al Papa arrodillado en la Capilla de las apariciones del Santuario de Fátima. Allí rezó y, emocionado, le ofreció a la Virgen una de las balas con las que intentaron matarle, que ha quedado como signo de su protección materna, incrustada como una joya más en la corona que lleva la imagen de la Virgen.
Infografía de San Juan Pablo II